viernes, 27 de abril de 2012

LAS ARDIENTES PAREDES DEL HORIZONTE

Que si "El Cuervo", que si "La Caída de la Casa Usher", etc. Muy bien. Esos son los hits del malogrado Edgardo Allan Poe (t), pero al margen de sus muy matemáticas y medidas poesías y sus relatos estremecedores y oscuros, quedan sus FÁBULAS. Sí, con mayúscula. Una merecidísima mayúscula. 

He sufrido inquietud, expectación y angustia con sus archiconocidos relatos y también con los menos famosos, pero no comprendo con qué poca asiduidad se menciona la enormidad de sus fábulas. Es ahí, en ese punto intermedio perdido en la inmensidad de su imaginación desbocada y febril donde se halla el nexo entre sus poemas y sus historias de más largo trazado. Y es ahí donde se encuentra, a mi modo de ver, el verdadero enigma de Poe. Hay algo distinto, sutil, difícil de atrapar, en sus fábulas. En ellas se le escapó el alma a Edgar, y la agarró y la fundió en unos paisajes saturnianos, ruinosos y esotéricos; vestigios de la podredumbre que asolaba su vida, pese a lo brillante de su mente y su corazón. La fábula "Silencio" es la que más alto y claro habla. En mi opinión, es en estos escritos donde se halla, de forma más pura, la visión que Poe tenía de sí mismo y de sus miserias. Por eso precisamente resultan tan trágicas y emotivas. Se palpa y casi se respira una especie de destierro de sí mismo; una rendición total. En sus escritos todo se hallaba medido concienzudamente para lograr el punto exacto de emoción y terror. Pero sus fábulas guardan un secreto. El secreto de una mirada tan triste y desolada como una región lóbrega de Libia, en las riberas del río Zäire. Y allí no hay quietud ni silencio. 

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